221. LOS VECINOS DE ENFRENTE

Ayer se mudaron los nuevos vecinos a la casa de enfrente. Cuando trajeron sus enseres en el camión de la mudanza hicieron tanto ruido que me despertaron, por eso me levanté más temprano que de costumbre para ver de dónde provenía el barullo. Estaban usando un taladro en las paredes para colgar algo —supuse en ese momento— y cerré las puertas y ventanas para no oír nada. Luego, me dirigí a hacer algunas tareas cotidianas. A los quince minutos me sobresaltaron unos gritos y corrí la cortina para ver que los nuevos vecinos bajaban un mueble tan extraño como pesado. No podría asegurar si era un ropero o un aparador.











Luego me retiré evaluando a esos vecinos y pensando que eran bastante jóvenes, pero muy groseros. Tal vez me equivoqué. Justo en ese momento quise buscar mi pañuelo para sonarme la nariz porque repentinamente me dio frío y empecé a estornudad sin parar. No podía hacer nada porque ese ataque de alergia se me fue complicando. Pensé tomar algo, así que me hice un té y me tomé un antialérgico. Cuando me fue haciendo efecto el medicamento, me dio sueño, me tiré en la cama y me quedé dormida. No sé cuándo me despertó una explosión, busqué una lámpara portátil que tenía como adorno y me dirigí a la ventana para observar la calle.

En ese momento, la casa de enfrente fue envuelta en una luz fantasmal. No parecía la misma, la veía agigantada y los ocupantes se desplazaban alrededor de ella con movimientos como en cámara lenta haciendo gestos con sus rostros grotescos y ensombrecidos. Me pareció que, en ese instante, me descubrieron atisbando entre las cortinas porque distinguí una silueta que se separaba del grupo, se dirigía hacia mi casa y me miraba desde sus ojos perversos. Yo estaba paralizada y muda contemplando la escena. Entonces fue que se me acercó y observé que no apoyaba sus pies en el suelo sino que su camino era una serpiente de humo negro.

En el barrio dicen que soy una vieja desequilibrada, pero yo sé que los vecinos desconocidos son extraterrestres. Por eso me quiero ir a vivir con mi hijo, pero él no responde el teléfono. ¿Usted cree que le digo la verdad, doctor?





Marta Alicia Pereyra
Morteros, 05-10-09