El
silencio aprieta los hombros
con la
garra de una pena.
Los
hombres y mujeres
detienen
su tiempo.
La
alegría huye
hacia
las afueras del pueblo.
La plaza
se colma de silencio
y la
iglesia, de lamentos.
Las
ventanas del centro están ciegas,
los
perros aúllan
y los
niños dejan sus juegos
cuando
las nubes se devoran al sol.
Una sola
bala, como una avispa,
anidó en
el corazón de un hijo.
Con una hebra roja bordó la muerte.
Marta Alicia Pereyra Buffaz
Morteros, 09-06-19