BIENVENIDOS A "LIBELULARIAS" CON LOS TEXTOS LITERARIOS DE MARTA ALICIA PEREYRA BUFFAZ.

Iniciado el sábado 4 de octubre de 2008 en la ciudad de Morteros, provincia de Córdoba, República Argentina y aquí continúo.

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martes, 20 de septiembre de 2011

248. EL COCODRAGÓN (bestia colonial)


Las tierras del trópico, húmedas en su verdor lujurioso, alimentaron la imaginación de los habitantes originarios y la mente afiebrada de los españoles que llegaron persiguiendo sueños que los predisponían a ver grandezas y exageraciones en una realidad que, muchas veces, era miserable. Fue así que algunos de aquellos cronistas de Indias que oían algunas descripciones de animales nativos sin haberlos visto, les daban su pincelada de creatividad y los convertían en bestias fantásticas.
Así ocurrió con los caimanes, cocodrilos o cocatrices, a los que dieron renovada identidad: la de cocodragones. Estas bestias feroces eran gigantes de ocho metros, aunque también los había enanos. Tenían un hocico desmesurado provisto de dientes filosos como dagas y colmillos aterradores. El lomo, un caparazón verdinegro con erizadas placas pétreas, se hacía más angosto hacia la cola. Esta extremidad terminaba en unas cinco o seis púas ponzoñosas que formaban un abanico cuando las levantaba enfurecido. La barriga, de coloración más clara, era de menor resistencia. Esta mole terrorífica era sostenida y movida por cuatro patas con unas garras espantosas que le permitían caminar en tierra y nadar en aguas caudalosas, dulces o saladas. En la natación, se ayudaba con el par de patas traseras cuyas garras unía una membrana. Desde el agua acechaba camuflado entre los troncos que flotan hasta que se le acababa la paciencia.
Esta bestia, que algunas tribus de la selva profunda de América llaman Protector de la Fauna Fluvial, sobrevuela las frondas y los pantanales con un par de gruesas alas que le brotan en sus flancos como las grandes hojas del tallo de una planta. Desde el aire puede vigilar y aniquilar a sus presas con su aliento de fuego fétido hasta carbonizarlas en un soplo, según lo atestiguan con temor.
Los idólatras que lo invocan y le rinden culto, atesoran sus restos que muelen hasta hacerlos impalpables y los incorporan a brebajes que consumen por sus propiedades afrodisíacas.

He llegado cerca de un riacho entre la maraña selvática, hasta esta especie de alero donde me protejo de la lluvia y envío esta información por mi teléfono satelital a mi superior, el Dr. Kosiak del Instituto Latinoamericano de Zoología de la ciudad de Paraná, pero parece no haberla recibido.
Algo me interrumpe y percibo un rumor que me hiela la sangre… ¿De qué me habrá servido indagar tantos datos?… ¡Ahora lo veo frente a mí!... ¡Es él!  Y… abre sus fauces desmesuradas para atacarme… ¡Dios mío... ayúd…




Marta Alicia Pereyra
Morteros, 11-08-11
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