Ejecuto el ritual semanal:
entro, saludo, busco un canasto.
Con prisa leo mi lista
y comienzo el itinerario
por el laberinto comercial.
Charlo con algún conocido,
entrego mis sonrisas aquí y allá
con un "¡Hola! ¿Qué tal?".
Recorro los pasillos
del supermercado barrial.
Reviso entre las góndolas
multitudes de productos.
Llego a la heladera,
busco en los estantes
y encuentro la dupla amorosa:
postrecitos de dulce de leche.
Tomo varios que van al canasto.
Agrego otros comestibles:
yerba mate, queso, fiambre, yogur,
verduras, frutas, leche y galletas.
Paso por la caja,
pago bajo protestas por los precios.
Vuelvo a casa.
El cargamento de mi bicicleta
lo descargo en la cocina y guardo todo.
Alineo los postrecitos en mi heladera.
Allí quedarán esperando
a que llegues hambriento,
como un niño goloso y
los saborees junto a tu esposa.
Así conozco el cielo, hijo:
cuando estás feliz
y te noto confiado.
Marta Alicia Pereyra
Morteros, 25-01-06
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