Adormilada, te llamé.
Mi pelvis se agitó
en rítmico vaivén,
ahuecóse mi cintura
y elevóse mi vientre.
Gritó la carne de mis senos
y los pezones se irguieron
con prepotente instinto.
Mi nido de tapices húmedos,
mi suave cavidad ardiente,
te buscó entre los vahos mustios
de la siesta en penumbras
estremecida por un coro de cigarras.
¡Llamé a tu piel, a tu carne,
a tu falo ausente!
Lo presentí y lo maldije...
zigzagueaba a ciegas.
¡Y me ahogué, sedienta y hambrienta,
en el deseo del placer!
Mi pelvis se agitó
en rítmico vaivén,
ahuecóse mi cintura
y elevóse mi vientre.
Gritó la carne de mis senos
y los pezones se irguieron
con prepotente instinto.
Mi nido de tapices húmedos,
mi suave cavidad ardiente,
te buscó entre los vahos mustios
de la siesta en penumbras
estremecida por un coro de cigarras.
¡Llamé a tu piel, a tu carne,
a tu falo ausente!
Lo presentí y lo maldije...
zigzagueaba a ciegas.
¡Y me ahogué, sedienta y hambrienta,
en el deseo del placer!
Morteros, 12-12-04
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