En la espalda salobre del mar
se yergue una giba de agua,
muge y ahueca sus alas con furia.
Se desploma su cresta de espuma
y esculpe un tubo como un cuenco,
un vientre azul de agua y viento.
Cae como un dragón vencido
y en su cima de burbujas, vapor y sueños
ciñe una corona de cielo, oro y arrebol.
Es el palpitar perpetuo del mar
que humedece estrellas y bebe la luna
cuando no devora las chispas del Sol.
Marta Alicia Pereyra
Morteros, 01-08-19
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