MEMORIAS DE MI TRAYECTORIA DOCENTE por Marta Alicia
Pereyra,
Morteros, 13 de diciembre de 2019
1º ETAPA: EXPEDICIONARIA
Me recibí de M.N.N. a los 17 años en 1966 en el Colegio
Sagrada Familia de Cosquín. En esa época había pocas escuelas y muchas maestras
así que no veía ninguna posibilidad de trabajar. Como me gustaba estudiar,
seguí haciéndolo en la
U.N.C. y me recibí de Profesora de Lengua y Literatura en
la ahora Facultad de Lenguas.
Por invitación de Graciela Farías, una compañera de
estudios, comencé la primera etapa de mi trayectoria con un interinato donde
nadie quería ir: una escuela de Puesto de Castro, Dpto. Río Seco, el 29 de
octubre de 1974 hasta el 2 de mayo de 1976.
Llegué a Morteros, casada en marzo de 1975, para convivir
con mi marido y aguardar el nacimiento del único hijo que tendría en abril de
1976.
Ansiaba dar clases, pero no había muchas posibilidades de
hacerlo ni en el nivel primario ni en el secundario. Solo conseguí una
suplencia en la escuela nacional Bernardino Rivadavia. Al cabo de cinco meses,
me nombraron maestra titular y Directora interina en la escuela Juan B. Alberdi
de Colonia Valtelina el 22 de agosto de 1977. Luego, sobrevino la inundación de
toda esta zona. Después, un Tornado azotó a Morteros.
Hasta Porteña, iba en ómnibus y, desde allí, en una moto
de 50 cc cuya conducción me permitió experimentar la potencia del viento:
cuando iba hacia el sur corría el viento sur a mi encuentro y, cuando volvía
hacia el norte, el viento norte era mi férreo oponente con evidentes
consecuencias negativas para mi vehículo. ¡El viento de la llanura en su máxima
expresión demuestra su fuerza incomparable sin que nadie lo detenga! Lo puedo
asegurar porque lo sentí en carne propia.
Todavía persistía la inundación en la cañada que se
extiende entre Morteros y Porteña del lado este de la ruta provincial Nº 1,
cuando me llegó el traslado a la escuela rural de la Colonia Juan Beiro Este
(15-04-81). ¡Fue una época de expediciones en lugar de viajes para llegar a la
escuela! Al principio, tuvimos que cumplir horario en la escuela base B. Rivadavia
donde dábamos clases con mi compañera Zulema Vaira, cuando faltaba alguna
docente o veíamos pasar las horas con lentitud y ansiedad.
Al fin, después de unos meses, la napa de agua fue
bajando y comenzamos las expediciones buscando caminos oreados por donde
pudiera circular mi Renault 4 verde que había comprado en cuotas para esas
travesías. Me convertí en una experta conductora sobre huellas en el barro de
los caminos rurales. El circuito expedicionario variaba a medida que se podían
acortar las distancias para llegar a la escuela: íbamos por Colonia Dos Rosas,
provincia de Sta. Fe, o por las localidades cordobesas de Colonia Vignaud o San
Pedro. Este rodeo “turístico” me permitió conocer todas las colonias al este de
Morteros y sus referencias históricas: cementerios, iglesias, edificios y
plazas.
Al año siguiente, con mi compañera Griselda Pussetto,
continuamos con las peripecias para llegar hasta la puerta de la escuela, pero
ya podíamos ir por el camino central con algunos insólitos desvíos como pasar
debajo de un galponcito porque por allí seguía la huella por tierra firme.
Aunque en un viaje de regreso nos empantanamos en un guadal de tierra suelta y
esponjosa que yacía sobre un colchón de barro flotante que se hundía al paso de
su Torino. En otra oportunidad, tuvimos que empujar el auto porque las ruedas
estaban trabadas con barro y no podían girar.
Cuando esas expediciones iban convirtiéndose en “viajes
normales”, me trasladaron a la escuela base B. Rivadavia donde permanecí desde
el 28 de agosto de 1984 hasta el 27 de junio de 1987.
Llegar a dar clases a esas queridas e inolvidables
escuelas rurales era similar al regreso a Ítaca del famoso Odiseo de Homero que
tuvo tantas e inmortales aventuras. Tal vez parezca que me olvido de la tarea
docente con la atención de varios grados al mismo tiempo… ¡No es así! La
responsabilidad por llegar, abrir la escuela y recibir a los niños para guiarlos
en su educación me daba gran felicidad por haber salvado tantos obstáculos
durante el camino de alrededor de casi 60 km.
Creo que, si antes mi vocación docente y, por qué no, la
necesidad de ganar el sustento, eran fundamentales en mi vida, esa vocación se
fue convirtiendo en “mi misión” hasta ahora y hacia el futuro que me quede.
Esas experiencias fueron esenciales para darme cuenta de que los niños son
incomparables en su espontaneidad, asombro y recepción de nuestras enseñanzas.
Ellos las atesoran en sus mentes y corazones para siempre y nos recuerdan y las
rememoran cuando nos encuentran siendo adultos ellos y nosotras, transitando la
madurez. Muy importante es lo que ellos nos enseñaron y brindaron porque al
enseñar también se aprende: todos podemos enseñar y aprender de todos.
Nunca me olvido de los padres y familiares de los que
fueron mis alumnos en las escuelas rurales, generalmente, empleados rurales o
tamberos y unos pocos propietarios. Ellos veían a la escuela como un centro de
pertenencia en su colonia: el “ombligo” de la cultura, un centro donde
socializar, participar y entretenerse. Esta característica nos exigía en cada
acto patrio, festejo o evento mucha originalidad y la participación de todos
los niños que, a veces, eran pocos, en varias actuaciones, para que la familia
se sintiera integrada y viera las habilidades y logros de sus hijos. Siempre se
esmeraban para la caracterización de los personajes que representaban los
chicos. También se exponían los trabajos de los alumnos y se terminaba con un
picnic a la canasta.
Debido a que tenía que buscar novedades para esos actos,
tuve que aprender mucho: aparte de los temas para cada asignatura y para la
modalidad de los “plurigrados”, las materias especiales como plástica y música.
También tuve que instruirme en danzas folclóricas, clásicas y teatro para los
eventos artísticos que hacíamos. No era cuestión de improvisar, sino que debía
hacer cursos, buscar bibliografía y asesoramiento con especialistas. Siempre
nos ayudaban las revistas para docentes. Fueron momentos inolvidables,
creativos y muy gratos que quedaron en mi memoria y en la memoria de los
alumnos que, a veces, encuentro y lo recuerdan. Donde me sentí más exigida y,
además, por ser “novata” en la zona y por la existencia de escuelas cercanas
con las que “competíamos” por el alumnado fue en la comunidad de la escuela de
Colonia Valtelina a la que le encantaba socializar en cada acontecimiento. Tuve
la valiosa colaboración de mis compañeras Adriana Poggi, Marta Daniele y Silvia
Righetti.
2º ETAPA: URBANA Y MORTERENSE
El 29 de junio de 1987 comencé en el C. E. Alberto
In`Aebnit y allí me jubilé en enero de 2005. Ya había comenzado a dar clases de
Lengua y Literatura en el nivel medio en 1984 en el C.E.N.M.A. de Morteros,
después en el de Brinkmann y en otras escuelas. La escuela In`Aebnit está en mi
barrio y me queda a dos cuadras y media así que no hubo más expediciones, pero
sí las hacía hasta Brinkmann durante varias noches semanales, aunque esa es otra
historia paralela.
De la escuela In`Aebnit guardo en mi memoria olfativa los
aromas exquisitos que salían de la cocina del PAICOR cuando se acercaba el
mediodía y nuestros estómagos estaban vacíos y hambrientos. Guardo en mi piel
el sol mañanero con sus rayos de oro sobre el patio y las galerías que siempre
lo espejaban. También se filtraba a través de los ventanales a las aulas.
Guardo en mis oídos el sonido del timbre, los cantos y las vocecitas de los
chicos, las conversaciones con las colegas, algunas risas y algunos llantos.
Mis ojos guardan tantas caritas de niños y niñas que se quedaron atesorados entre
las telas de mi corazón con aquella edad. Hoy, cuando me saludan y me
preguntan: “¿Se acuerda de mí?” me desconcierto buscando en mi memoria porque
ese adulto que me interroga no está registrado; yo tengo al pequeño niño que
fue. Él o ella han cambiado, yo solo he envejecido. A las madres les pregunto
por el destino que están transitando sus hijos y me hace feliz si han logrado
salir adelante. A algunos, los he vuelto a encontrar en el CENMA para seguir
con su secundario.
Tengo mil recuerdos, escribiré algunos para no ser tan
extensa. Para los días previos al 10 de junio; Día de la Reafirmación
de los Derechos Argentinos sobre las Islas Malvinas, Islas del Atlántico Sur y
Sector Antártico; solíamos dar información a los niños en la clase o en la
Cartelera Oral, después de izar la bandera en el mástil, sobre la geografía,
flora y fauna de la zona. Para el día del acto, tenía un cuento en el
rotafolios. Era “El cumpleaños del pingüino” con las ilustraciones y, también, teníamos un pingüino embalsamado que había traído Adriana Serafín de cuando dio
clases en Comodoro Rivadavia. Su simpático pingüino era pequeño, pero fue
siempre el protagonista mimado de las enseñanzas de la fauna patagónica.
Los actos conmemorativos fueron siempre muy importantes
para mí porque era otra oportunidad educativa y social para los chicos,
especialmente para los más tímidos (yo siempre lo he sido y he luchado contra esa sensación). Tuve una alumna muy calladita y mayor con respecto al resto de los
compañeros, pero quería que participara y pude conseguir que lo hiciera.
Como ella soñaba con su fiesta de 15 años según me contó,
le dije que ella pensara en la alegría que iba a producirle su festejo mientras
desempeñara su breve papel. Lo ensayamos muchas veces y su vocecita era muy
suave, pero le insistía en la alegría que debía sentir para que se olvidara de
todos los presentes y lograra relajarse. Actuó muy bien, pero siempre me miró
como buscando mi apoyo y guía. Las demás docentes se admiraron de que hubiera
actuado porque nunca antes lo había hecho. En la actualidad, es una adulta y la
encuentro en el supermercado y nos saludamos, ella me sonríe con su eterna
timidez y yo rememoro aquel momento.
En otro acto, el menor de los hermanos Véliz, que era
travieso y deportista, pero no se animaba a participar frente al público, lo pudo hacer. Para
un acto, logré que aceptara decir unas breves palabras. Ensayamos mucho hasta
que se sintió seguro. Cuando llegó el momento de hacerlo frente al alumnado y
docentes, no tuvo problemas para decir su texto, pero hubo una conexión desde
su mirada a mis ojos que no se cortó ni un segundo como si él hubiera tendido
un hilo invisible hacia mí, casi sin mirar al resto de los presentes. De ese
momento no me voy a olvidar porque fue una experiencia muy emotiva para mí: un
vínculo espiritual especial donde el resto del mundo no existía.
Cuando daba clases en 3º grado, durante las horas de
clases les ponía música clásica mientras trabajábamos. Todo el grupo lo hacía
con calma y eficiencia. ¿No dicen que la música calma a las fieras? ¡Mis
pequeñas fierecillas se convertían en ángeles celestiales!
Siempre les di deberes para que hicieran en su casa a
todos mis alumnos y les explicaba que eso era estudiar y repasar lo que
habíamos aprendido. Como los chicos son creativos y no teníamos libro de
lectura, les daba alguna consigna para que escribieran un cuento o algún
poemita o lo que les saliera. Generalmente, cada uno lo hacía solo aunque
algunos sí recibían ayuda de los padres. Al día siguiente, cada uno leía lo que
había escrito y yo siempre me maravillaba porque descubría la curiosidad y la
atención de los oyentes que no se perdían detalle de lo que decía cada lector.
Así estaban obligados a hacer una letra legible y a leer sus propios textos.
Tal vez, yo lo disfrutaba más que ellos porque siempre me gustó hacer practicar
la escritura creativa. Por otra parte, todos pasaban al 2º ciclo sabiendo leer
muy bien después de tanta práctica.
Para terminar, tuve un alumno que no era de los mejores y
su entorno familiar era deficitario. Una tarde iba caminando por la ciclovía
local y veo venir a un ciclista fumando, me hago a un costado y me saluda
diciendo: “Soy el Pitu. ¿Se acuerda de mí?” Era aquel pequeño, ya adulto que me
había reconocido. Me hizo mucha gracia porque había sido de los menos
rescatables porque no lo mandaban a clases. Los docentes se quedan grabados en
la mente y en el corazón de los niños porque son, a veces, la única persona que
encuentran en un sitio organizado donde pueden aprender y generar los cimientos
para toda su existencia adulta: conocimientos, orden y valores. Me quedan más
historias que podrían ser para otra oportunidad.
Morteros, 13 de
diciembre de 2019