BIENVENIDOS A "LIBELULARIAS" CON LOS TEXTOS LITERARIOS DE MARTA ALICIA PEREYRA BUFFAZ.

Iniciado el sábado 4 de octubre de 2008 en la ciudad de Morteros, provincia de Córdoba, República Argentina y aquí continúo.

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sábado, 14 de noviembre de 2020

310. MEMORIAS DE MI TRAYECTORIA DOCENTE por Marta Alicia Pereyra Morteros, 13 de diciembre de 2019

 


MEMORIAS DE MI TRAYECTORIA DOCENTE por Marta Alicia Pereyra,

 Morteros, 13 de diciembre de 2019

 

1º ETAPA: EXPEDICIONARIA

Me recibí de M.N.N. a los 17 años en 1966 en el Colegio Sagrada Familia de Cosquín. En esa época había pocas escuelas y muchas maestras así que no veía ninguna posibilidad de trabajar. Como me gustaba estudiar, seguí haciéndolo en la

U.N.C. y me recibí de Profesora de Lengua y Literatura en la ahora Facultad de Lenguas.

Por invitación de Graciela Farías, una compañera de estudios, comencé la primera etapa de mi trayectoria con un interinato donde nadie quería ir: una escuela de Puesto de Castro, Dpto. Río Seco, el 29 de octubre de 1974 hasta el 2 de mayo de 1976.

Llegué a Morteros, casada en marzo de 1975, para convivir con mi marido y aguardar el nacimiento del único hijo que tendría en abril de 1976.

Ansiaba dar clases, pero no había muchas posibilidades de hacerlo ni en el nivel primario ni en el secundario. Solo conseguí una suplencia en la escuela nacional Bernardino Rivadavia. Al cabo de cinco meses, me nombraron maestra titular y Directora interina en la escuela Juan B. Alberdi de Colonia Valtelina el 22 de agosto de 1977. Luego, sobrevino la inundación de toda esta zona. Después, un Tornado azotó a Morteros.

Hasta Porteña, iba en ómnibus y, desde allí, en una moto de 50 cc cuya conducción me permitió experimentar la potencia del viento: cuando iba hacia el sur corría el viento sur a mi encuentro y, cuando volvía hacia el norte, el viento norte era mi férreo oponente con evidentes consecuencias negativas para mi vehículo. ¡El viento de la llanura en su máxima expresión demuestra su fuerza incomparable sin que nadie lo detenga! Lo puedo asegurar porque lo sentí en carne propia.

Todavía persistía la inundación en la cañada que se extiende entre Morteros y Porteña del lado este de la ruta provincial Nº 1, cuando me llegó el traslado a la escuela rural de la Colonia Juan Beiro Este (15-04-81). ¡Fue una época de expediciones en lugar de viajes para llegar a la escuela! Al principio, tuvimos que cumplir horario en la escuela base B. Rivadavia donde dábamos clases con mi compañera Zulema Vaira, cuando faltaba alguna docente o veíamos pasar las horas con lentitud y ansiedad.

Al fin, después de unos meses, la napa de agua fue bajando y comenzamos las expediciones buscando caminos oreados por donde pudiera circular mi Renault 4 verde que había comprado en cuotas para esas travesías. Me convertí en una experta conductora sobre huellas en el barro de los caminos rurales. El circuito expedicionario variaba a medida que se podían acortar las distancias para llegar a la escuela: íbamos por Colonia Dos Rosas, provincia de Sta. Fe, o por las localidades cordobesas de Colonia Vignaud o San Pedro. Este rodeo “turístico” me permitió conocer todas las colonias al este de Morteros y sus referencias históricas: cementerios, iglesias, edificios y plazas.

Al año siguiente, con mi compañera Griselda Pussetto, continuamos con las peripecias para llegar hasta la puerta de la escuela, pero ya podíamos ir por el camino central con algunos insólitos desvíos como pasar debajo de un galponcito porque por allí seguía la huella por tierra firme. Aunque en un viaje de regreso nos empantanamos en un guadal de tierra suelta y esponjosa que yacía sobre un colchón de barro flotante que se hundía al paso de su Torino. En otra oportunidad, tuvimos que empujar el auto porque las ruedas estaban trabadas con barro y no podían girar.

Cuando esas expediciones iban convirtiéndose en “viajes normales”, me trasladaron a la escuela base B. Rivadavia donde permanecí desde el 28 de agosto de 1984 hasta el 27 de junio de 1987.

Llegar a dar clases a esas queridas e inolvidables escuelas rurales era similar al regreso a Ítaca del famoso Odiseo de Homero que tuvo tantas e inmortales aventuras. Tal vez parezca que me olvido de la tarea docente con la atención de varios grados al mismo tiempo… ¡No es así! La responsabilidad por llegar, abrir la escuela y recibir a los niños para guiarlos en su educación me daba gran felicidad por haber salvado tantos obstáculos durante el camino de alrededor de casi 60 km.

Creo que, si antes mi vocación docente y, por qué no, la necesidad de ganar el sustento, eran fundamentales en mi vida, esa vocación se fue convirtiendo en “mi misión” hasta ahora y hacia el futuro que me quede. Esas experiencias fueron esenciales para darme cuenta de que los niños son incomparables en su espontaneidad, asombro y recepción de nuestras enseñanzas. Ellos las atesoran en sus mentes y corazones para siempre y nos recuerdan y las rememoran cuando nos encuentran siendo adultos ellos y nosotras, transitando la madurez. Muy importante es lo que ellos nos enseñaron y brindaron porque al enseñar también se aprende: todos podemos enseñar y aprender de todos.

Nunca me olvido de los padres y familiares de los que fueron mis alumnos en las escuelas rurales, generalmente, empleados rurales o tamberos y unos pocos propietarios. Ellos veían a la escuela como un centro de pertenencia en su colonia: el “ombligo” de la cultura, un centro donde socializar, participar y entretenerse. Esta característica nos exigía en cada acto patrio, festejo o evento mucha originalidad y la participación de todos los niños que, a veces, eran pocos, en varias actuaciones, para que la familia se sintiera integrada y viera las habilidades y logros de sus hijos. Siempre se esmeraban para la caracterización de los personajes que representaban los chicos. También se exponían los trabajos de los alumnos y se terminaba con un picnic a la canasta.

Debido a que tenía que buscar novedades para esos actos, tuve que aprender mucho: aparte de los temas para cada asignatura y para la modalidad de los “plurigrados”, las materias especiales como plástica y música. También tuve que instruirme en danzas folclóricas, clásicas y teatro para los eventos artísticos que hacíamos. No era cuestión de improvisar, sino que debía hacer cursos, buscar bibliografía y asesoramiento con especialistas. Siempre nos ayudaban las revistas para docentes. Fueron momentos inolvidables, creativos y muy gratos que quedaron en mi memoria y en la memoria de los alumnos que, a veces, encuentro y lo recuerdan. Donde me sentí más exigida y, además, por ser “novata” en la zona y por la existencia de escuelas cercanas con las que “competíamos” por el alumnado fue en la comunidad de la escuela de Colonia Valtelina a la que le encantaba socializar en cada acontecimiento. Tuve la valiosa colaboración de mis compañeras Adriana Poggi, Marta Daniele y Silvia Righetti.




2º ETAPA: URBANA Y MORTERENSE

El 29 de junio de 1987 comencé en el C. E. Alberto In`Aebnit y allí me jubilé en enero de 2005. Ya había comenzado a dar clases de Lengua y Literatura en el nivel medio en 1984 en el C.E.N.M.A. de Morteros, después en el de Brinkmann y en otras escuelas. La escuela In`Aebnit está en mi barrio y me queda a dos cuadras y media así que no hubo más expediciones, pero sí las hacía hasta Brinkmann durante varias noches semanales, aunque esa es otra historia paralela.

De la escuela In`Aebnit guardo en mi memoria olfativa los aromas exquisitos que salían de la cocina del PAICOR cuando se acercaba el mediodía y nuestros estómagos estaban vacíos y hambrientos. Guardo en mi piel el sol mañanero con sus rayos de oro sobre el patio y las galerías que siempre lo espejaban. También se filtraba a través de los ventanales a las aulas. Guardo en mis oídos el sonido del timbre, los cantos y las vocecitas de los chicos, las conversaciones con las colegas, algunas risas y algunos llantos. Mis ojos guardan tantas caritas de niños y niñas que se quedaron atesorados entre las telas de mi corazón con aquella edad. Hoy, cuando me saludan y me preguntan: “¿Se acuerda de mí?” me desconcierto buscando en mi memoria porque ese adulto que me interroga no está registrado; yo tengo al pequeño niño que fue. Él o ella han cambiado, yo solo he envejecido. A las madres les pregunto por el destino que están transitando sus hijos y me hace feliz si han logrado salir adelante. A algunos, los he vuelto a encontrar en el CENMA para seguir con su secundario.

Tengo mil recuerdos, escribiré algunos para no ser tan extensa. Para los días previos al 10 de junio; Día de la Reafirmación de los Derechos Argentinos sobre las Islas Malvinas, Islas del Atlántico Sur y Sector Antártico; solíamos dar información a los niños en la clase o en la Cartelera Oral, después de izar la bandera en el mástil, sobre la geografía, flora y fauna de la zona. Para el día del acto, tenía un cuento en el rotafolios. Era “El cumpleaños del pingüino” con las ilustraciones y, también, teníamos un pingüino embalsamado que había traído Adriana Serafín de cuando dio clases en Comodoro Rivadavia. Su simpático pingüino era pequeño, pero fue siempre el protagonista mimado de las enseñanzas de la fauna patagónica.

Los actos conmemorativos fueron siempre muy importantes para mí porque era otra oportunidad educativa y social para los chicos, especialmente para los más tímidos (yo siempre lo he sido y he luchado contra esa sensación). Tuve una alumna muy calladita y mayor con respecto al resto de los compañeros, pero quería que participara y pude conseguir que lo hiciera.

Como ella soñaba con su fiesta de 15 años según me contó, le dije que ella pensara en la alegría que iba a producirle su festejo mientras desempeñara su breve papel. Lo ensayamos muchas veces y su vocecita era muy suave, pero le insistía en la alegría que debía sentir para que se olvidara de todos los presentes y lograra relajarse. Actuó muy bien, pero siempre me miró como buscando mi apoyo y guía. Las demás docentes se admiraron de que hubiera actuado porque nunca antes lo había hecho. En la actualidad, es una adulta y la encuentro en el supermercado y nos saludamos, ella me sonríe con su eterna timidez y yo rememoro aquel momento.

En otro acto, el menor de los hermanos Véliz, que era travieso y deportista, pero no se animaba a participar frente al público, lo pudo hacer. Para un acto, logré que aceptara decir unas breves palabras. Ensayamos mucho hasta que se sintió seguro. Cuando llegó el momento de hacerlo frente al alumnado y docentes, no tuvo problemas para decir su texto, pero hubo una conexión desde su mirada a mis ojos que no se cortó ni un segundo como si él hubiera tendido un hilo invisible hacia mí, casi sin mirar al resto de los presentes. De ese momento no me voy a olvidar porque fue una experiencia muy emotiva para mí: un vínculo espiritual especial donde el resto del mundo no existía.

Cuando daba clases en 3º grado, durante las horas de clases les ponía música clásica mientras trabajábamos. Todo el grupo lo hacía con calma y eficiencia. ¿No dicen que la música calma a las fieras? ¡Mis pequeñas fierecillas se convertían en ángeles celestiales!

Siempre les di deberes para que hicieran en su casa a todos mis alumnos y les explicaba que eso era estudiar y repasar lo que habíamos aprendido. Como los chicos son creativos y no teníamos libro de lectura, les daba alguna consigna para que escribieran un cuento o algún poemita o lo que les saliera. Generalmente, cada uno lo hacía solo aunque algunos sí recibían ayuda de los padres. Al día siguiente, cada uno leía lo que había escrito y yo siempre me maravillaba porque descubría la curiosidad y la atención de los oyentes que no se perdían detalle de lo que decía cada lector. Así estaban obligados a hacer una letra legible y a leer sus propios textos. Tal vez, yo lo disfrutaba más que ellos porque siempre me gustó hacer practicar la escritura creativa. Por otra parte, todos pasaban al 2º ciclo sabiendo leer muy bien después de tanta práctica.

Para terminar, tuve un alumno que no era de los mejores y su entorno familiar era deficitario. Una tarde iba caminando por la ciclovía local y veo venir a un ciclista fumando, me hago a un costado y me saluda diciendo: “Soy el Pitu. ¿Se acuerda de mí?” Era aquel pequeño, ya adulto que me había reconocido. Me hizo mucha gracia porque había sido de los menos rescatables porque no lo mandaban a clases. Los docentes se quedan grabados en la mente y en el corazón de los niños porque son, a veces, la única persona que encuentran en un sitio organizado donde pueden aprender y generar los cimientos para toda su existencia adulta: conocimientos, orden y valores. Me quedan más historias que podrían ser para otra oportunidad.

 

Morteros, 13 de diciembre de 2019

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